Anteriormente se pensaba
mucho antes de actuar, pero realmente faltaba actuar sin pensar tanto. En el
pasado el mundo estaba inmerso en profundos y delicados conflictos producto de pronunciados
desbalances en la distribución de la riqueza, simplemente porque se permitió la
manipulación de casi todos los recursos a unos pocos humanos
incomprensiblemente ambiciosos. Y más importante y determinante aún: antiguamente
se deshonraba a la sexualidad, y con ello se deshonraba también a la vida, en
círculo vicioso, siendo que la energía inherente al sexo lo es también a la
vida, en círculo virtuoso.
Ocurre que una civilización difícilmente
puede considerarse a sí misma moderna si reprime la energía sexual, si se culpa
por experimentarla naturalmente, si se avergüenza de las expresiones sexuales
de diversa naturaleza, y si reprocha y estigmatiza en general la experiencia
sexual de las personas. Sigmund Freud quizá habría estado muy de acuerdo con
este razonamiento. En un contexto más amplio, pero profundamente relacionado,
la triste realidad del mundo era que la religión, la economía, la política, y la
forma de vivir en sociedad, eran sencilla y dolorosamente primitivas.
Los tabúes, las prohibiciones
y la contradictoria moral en torno al sexo, hicieron que fuera imposible vivir
la vida a plenitud, y eso generó catastróficas consecuencias para la humanidad
entera, pero enhorabuena se logró asumir el real valor de la energía sexual,
admitir su verdadero sentido y reconocer sus profundas implicaciones. Eso fue
el factor detonante del nuevo comienzo. Había habido un sinfín de revoluciones
en el planeta, pero faltaba una verdadera y efectiva revolución educativa, centrada en la sexualidad
humana, apoyada en transformaciones significativas en la
estructura geo político administrativa del mundo. Los humanos sí estaban
preparados para tan desafiante paradigma y listos para un entendimiento
completamente diferente y nuevo de la razón de ser de su existencia. Sólo era
cosa de decidirlo.
La solución definitiva no
estaba realmente en la política, sino en la conciencia de cada persona, pero
era imperativo comenzar con algo remecedor y era indispensable entonces fomentar
una urgente y prioritaria escala de valores en el marco de una nueva comunidad administrativa
mundial que pudiera lograr que los problemas de una nación fueran un problema
de todas, y como tal solucionado globalmente. Y así fue finalmente. Y los
humanos, educados ahora bajo el nuevo modelo de educación, reconocieron al fin
su verdadera naturaleza y su magnífico e ilimitado potencial. Desde entonces,
ya no era factible que tuvieran miedo y por lo tanto ya no era posible manipularlos.
Eran poseedores de una conciencia enteramente nueva con clara percepción de la unidad
que somos como planeta, lo que hizo manifiesta por siempre la poderosa idea de
que todos somos uno.
No había más nada que esperar
para propiciar este revolucionario escenario, si el mismísimo Einstein ya había
expresado que para lograr resultados diferentes había que hacer cosas
distintas. Sólo faltaban los mensajeros para difundir el mensaje, pero fueron
reuniéndose poco a poco hasta que la masa crítica se completó y el cambio se
produjo. Y fue suficiente con sustituir un modo equivocado de pensar, por un
modo correcto, en clara sincronización con los sentimientos, lo que pudo
conducir a las acciones adecuadas y a los resultados tan anhelados por siglos.
No era una simple utopía. Tratándose de seres humanos la realidad podía superar
largamente a la ficción. Es bien cierto que la raza humana había incurrido en
muchísimos desaciertos, pero no por eso había que subestimarla, y menos aun sabiendo
que su poder latente tarde o temprano se manifestaría.
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