martes, 8 de marzo de 2022

Prólogo

 

Anteriormente se pensaba mucho antes de actuar, pero realmente faltaba actuar sin pensar tanto. En el pasado el mundo estaba inmerso en profundos y delicados conflictos producto de pronunciados desbalances en la distribución de la riqueza, simplemente porque se permitió la manipulación de casi todos los recursos a unos pocos humanos incomprensiblemente ambiciosos. Y más importante y determinante aún: antiguamente se deshonraba a la sexualidad, y con ello se deshonraba también a la vida, en círculo vicioso, siendo que la energía inherente al sexo lo es también a la vida, en círculo virtuoso.

 Ocurre que una civilización difícilmente puede considerarse a sí misma moderna si reprime la energía sexual, si se culpa por experimentarla naturalmente, si se avergüenza de las expresiones sexuales de diversa naturaleza, y si reprocha y estigmatiza en general la experiencia sexual de las personas. Sigmund Freud quizá habría estado muy de acuerdo con este razonamiento. En un contexto más amplio, pero profundamente relacionado, la triste realidad del mundo era que la religión, la economía, la política, y la forma de vivir en sociedad, eran sencilla y dolorosamente primitivas.

 Los tabúes, las prohibiciones y la contradictoria moral en torno al sexo, hicieron que fuera imposible vivir la vida a plenitud, y eso generó catastróficas consecuencias para la humanidad entera, pero enhorabuena se logró asumir el real valor de la energía sexual, admitir su verdadero sentido y reconocer sus profundas implicaciones. Eso fue el factor detonante del nuevo comienzo. Había habido un sinfín de revoluciones en el planeta, pero faltaba una verdadera y efectiva revolución educativa, centrada en la sexualidad humana, apoyada en transformaciones significativas en la estructura geo político administrativa del mundo. Los humanos sí estaban preparados para tan desafiante paradigma y listos para un entendimiento completamente diferente y nuevo de la razón de ser de su existencia. Sólo era cosa de decidirlo.

 La solución definitiva no estaba realmente en la política, sino en la conciencia de cada persona, pero era imperativo comenzar con algo remecedor y era indispensable entonces fomentar una urgente y prioritaria escala de valores en el marco de una nueva comunidad administrativa mundial que pudiera lograr que los problemas de una nación fueran un problema de todas, y como tal solucionado globalmente. Y así fue finalmente. Y los humanos, educados ahora bajo el nuevo modelo de educación, reconocieron al fin su verdadera naturaleza y su magnífico e ilimitado potencial. Desde entonces, ya no era factible que tuvieran miedo y por lo tanto ya no era posible manipularlos. Eran poseedores de una conciencia enteramente nueva con clara percepción de la unidad que somos como planeta, lo que hizo manifiesta por siempre la poderosa idea de que todos somos uno.

 No había más nada que esperar para propiciar este revolucionario escenario, si el mismísimo Einstein ya había expresado que para lograr resultados diferentes había que hacer cosas distintas. Sólo faltaban los mensajeros para difundir el mensaje, pero fueron reuniéndose poco a poco hasta que la masa crítica se completó y el cambio se produjo. Y fue suficiente con sustituir un modo equivocado de pensar, por un modo correcto, en clara sincronización con los sentimientos, lo que pudo conducir a las acciones adecuadas y a los resultados tan anhelados por siglos. No era una simple utopía. Tratándose de seres humanos la realidad podía superar largamente a la ficción. Es bien cierto que la raza humana había incurrido en muchísimos desaciertos, pero no por eso había que subestimarla, y menos aun sabiendo que su poder latente tarde o temprano se manifestaría.

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